Juan Ignacio Gutiérrez

Hoy, como todos los años, vuelve a ser 13 de julio.

Como todos los años, toca recordar el asesinato de un diputado, lÍder de uno de los grupos políticos de la oposición, por un grupo paramilitar formado por guardias de asalto (lo que hoy podría ser la UIP -Unidad de Intervención Policial-) y pistoleros socialistas de la escolta personal de Indalecio Prieto (conocida como “la motorizada”), al mando de un capitán de la Guardia Civil de paisano, también militante socialista.

Estos hechos están perfectamente probados y documentados por los historiadores serios y no me consta que haya sobre ellos ningún tipo de controversia en los círculos académicos. Eso fue lo que ocurrió, no hay más.

Sabemos que los asesinos de José Calvo Sotelo se dirigieron a su casa en la camioneta número 17 de la Guardia de Asalto del cuartel de la calle Pontejos; sabemos los nombres de prácticamente todos los ocupantes de la camioneta; sabemos quienes subieron a casa del diputado de Renovación Española para detenerlo con una orden falsa, sabemos que los guardias que se encargaban de su seguridad los dejaros pasar; sabemos que le dieron 2 tiros en la nuca, sabemos que los disparos se realizaron dentro del furgón policial, sabemos que, muy probablemente, fue el socialista Luis Cuenca quien disparó a bocajarro y por la espalda sobre José Calvo Sotelo; sabemos que llevaron el cadáver al cementerio de la Almudena, lo dejaron allí y dijeron a los funcionarios del depósito que se trataba del cadáver de un sereno que habían encontrado en la calle.

Sabemos también que, en el depósito identificaron el cadáver de José Calvo Sotelo, que el juzgado de guardia número 3 de Madrid inició la investigación sobre el asesinato y que el mismo día 13 son detenidos los socialistas Fernando Condés (el capitán de la Guardia Civil que mandaba de paisano la partida) y Luis Cuenca (el conocido pistolero de la escolta de Indalecio Prieto que, casi con toda probabilidad, efectuó los disparos).

Estos son los hechos. Documentados y contrastados. Como ya he dicho, y hasta dónde yo sé, nadie más o menos informado los pone en duda.

No me consta que haya seguridad de que fuera Luis Cuenca quien efectuó los disparos y hay gente que alguna vez ha planteado la posibilidad de que el plan fuera otro y que los disparos fueran accidentales.

Esa versión podría usarse ante un tribunal y conseguir generar esa duda razonable de las películas de juzgados -estaba pensando en doce hombres sin piedad, claro- que llevara a rebajar la pena de los policías y paramilitares izquierdistas que entraron en la casa de José Calvo Sotelo a la 1 de la mañana del 13 de julio de 1936 (o a las 3, aquí también hay una pequeña controversia), lo metieron en el vehículo oficial de una unidad policial y lo dejaron en el depósito de cadáveres del cementerio de la Almudena después de darle, deliberada o accidentalmente, dos tiros en la cabeza.

Unas horas antes, la noche del 12 de julio de 1936, unos pistoleros habían matado al teniente de la Guardia de Asalto, destinado en ese cuartel de la calle Pontejos, José del Castillo Sáenz de Tejada.

El 16 de abril, el teniente Castillo había matado a tiros a Andrés Sáenz de Heredia, falangista, primo de José Antonio Primo de Rivera, y había herido gravemente al joven tradicionalista Luis Llaguno, estudiante de medicina, en el entierro del alférez de la Guardia Civil Anatasio de los Reyes, al que había disparado la Guardia de Asalto tras un tumulto provocado por la explosión de unos petardos cerca de la tribuna de autoridades en una parada militar durante los actos que conmemoraban la proclamación de la II República Española.

Desde ese momento, el teniente Castillo está en el punto de mira de los pistoleros falangistas y es escoltado por militantes socialistas, ya que Castillo, miembro de la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista), es, al igual que el capitán Condés, instructor de las milicias socialistas y comunistas.

Es razonable pensar, y, obviamente, esto no podría probarse -salvo que apareciera algún documento que lo acreditara o, al menos, lo sugiriera (que es como trabajan los historiadores de verdad)-, que el asesinato del teniente Castillo fue una venganza de los falangistas por la muerte de su compañero y que el asesinato de José Calvo Sotelo fuera una represalia por el asesinato del teniente Castillo.

Podríamos seguir tirando para atrás hasta Caín y Abel, pero creo que no nos llevaría a ninguna conclusión.

Hacia adelante, sí podemos sacarlas, porque el asesinato de José Calvo Sotelo, en la madrugada del 13 de julio de 1936 sí tuvo consecuencias inmediatas.

Claro, que fuera el desencadenante de la sublevación del día 17 en Melilla es una especulación. Pero hay dos hechos que sugieren que fue así y esos sí están probados.

El general Franco, Comandante Militar de Canarias, no estaba decidido a participar en el golpe que dirigía desde Pamplona en general Mola.

El requeté, cuyo jefe era el andaluz Manuel Fal Conde, no había aceptado participar en un alzamiento con militares republicanos que no buscaba instaurar un régimen no democrático -pretensión de los carlistas-.

El asesinato de un diputado, sacado de su casa de madrugada por la propia policía, tuvo que ser la gota que colmara el vaso para el general Franco y para Fal Conde.

Podemos seguir discutiendo si el golpe habría tenido lugar sin el asesinato de Calvo Sotelo, pero no que la diferencia entre este y el del teniente Castello es categórica.

Al teniente Castillo lo matan unos pistoleros sin identificar en la calle; a José Calvo Sotelo, lo sacan de su casa, de madrugada, los miembros de una unidad policial y algunos de los escoltas de uno de los líderes del PSOE, mandados por un capitán de la Guardia Civil de paisano, también militante socialista, dentro de un vehículo policial.

Tratar de llamar a esto “memoria democrática”, pretender que personas decentes y más o menos bien informadas se queden calladas ante el atropello de una escueta y circunstancial mayoría en un parlamento sectario y radicalizado y permitir que les cuenten a nuestros hijos en el colegio una historia elaborada por políticos en lugar de por historiadores serios y rigurosos, es, muy probablemente, la mayor afrenta hecha a la democracia desde los años que precedieron a la guerra civil del 36.

Estos son mis argumentos. Estoy dispuesto a escuchar o leer otros que estén, mínimamente, igual de trabajados. Lo que no va a conseguir ningún parlamento, de momento, es que me calle. No sé qué pasaría si llegara la sangre al río.

Buscad por ahí, en las librerías, en internet, todo esto está publicado hace mucho tiempo.

Con este vídeo de la serie «Mitos al descubierto» podéis haceros una idea de lo que ocurrió:


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