Juan Ignacio Gutiérrez

Juan tiene ahora ocho años. Cuando nació nos apresuramos a dar la buena nueva a familiares y amigos con la correspondiente foto en facebook.

El día de su primer cumpleaños dejamos de compartir imágenes de él en RRSS. Es verdad que a veces nos alarmamos innecesariamente con la pederastia y la cantidad de pervertidos que tiene que haber por ahí (tampoco pensemos que más que antes; hasta no hace mucho acechaban en los parques y ahora desde un cuartucho, pero son los mismo), pero no lo hicimos pensando en eso, yo al menos no.

Cuando lo hablamos, llegué a la conclusión de que no tenía ningún derecho a exhibirlo públicamente sin su permiso, y el consentimiento para publicar imágenes en RRSS no debe ser nunca la respuesta a una pregunta del tipo: “¿te importa que suba esta foto a Facebook?”.

No, tiene que ser eso que conocemos como “consentimiento informado”. Y solo podemos hablar de consentimiento informado -demasiadas veces se utiliza mal- si nos aseguramos de que quien va a autorizarnos a emprender una acción es consciente de las consecuencias que tendrá para su vida.

¿Cómo podemos asegurarnos de que un niño de 2, 3, 4, 5, 6 o 7 años es consciente de las consecuencias que tendrá para él que subamos una foto suya a internet?

Evidentemente, lo más probable es que no tenga ninguna, eh, tampoco quiero yo alarmar a nadie ni sacar las cosas de quicio, pero estaríamos abusando, al menos, de su derecho a la intimidad.

¿Cómo podemos estar seguros de que no se va a sentir mal si sabe que circula por todo el mundo -que es como podría interpretarlo- una foto suya que le parece ridícula con un gorrito y un matasuegras en una celebración de compleaños?

Claro que esa foto no va a interesar a nadie, ni tampoco va a verla todo el mundo. Pero basta que la foto aparezca en la búsqueda en google “niños con gorrito y matasuegras” para que se cargue de razones si no quiere que la foto esté ahí.

Podemos ser más o menos celosos de nuestra intimidad -confieso que yo no lo soy mucho, la verdad-, pero no tenemos ningún derecho a decidir sobre la de los demás. Y nuestros hijos no tienen porqué compartir nuestras posiciones.

Supongo que esto que os cuento puede parecer algún tipo de deformación o exageración, pero se basa en una conversación real.

Hace un par de años grabé a Juan en la cocina. Fue él quien me dijo que lo hiciera porque iba, según me contó, a explicar cómo se preparaba un Cola-Cao. Nos reímos y le dije, en broma, que había quedado muy bien y que íbamos a hacer un canal de Youtube y subirlo.

Esta fue su respuesta:

“Pero papi, yo no quiero que me vea todo el mundo. Es que si lo pones en youtube nos va a ver todo el mundo, y yo no quiero que me vean”.

Evidentemente, le aseguré que no lo haría.

No sé si Juan terminará siendo un Youtuber o cualquier cosa parecida y tendré que estar alerta para evitar que haga pública información o imágenes suyas mientras sea menor de edad y sin haberme asegurado antes de que es plenamente consciente de las consecuencias que, para él, pueda tener que lo haga.

Creo que es lo justo.

Me he puesto a mirar mi cuenta personal de Facebook para ver qué fotos suyas tenía subidas y, desgraciadamente, comprobar que ni siquiera yo cumplí lo acordado y, aunque veo que nos hemos cuidado de no subir ninguna en las que el niño esté solo y tomado algunas otras precauciones (he subido alguna en la que aparece a contra luz, alguna retocada o en las que no se le ve la cara), hay alguna foto publicada en RRSS después de su primer cumpleaños.

Si me da permiso luego cuando venga del cole, os las enseño e ilustro con ellas la entrada.


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