Juan Ignacio Gutiérrez

En la vertiente política de la crisis provocada por el SARS-Cov-2 se ha hablado mucho y muy a menudo del sesgo retrospectivo. Se ha invocado este prejuicio cognitivo, sobre todo, para tratar de sostener que es falso que pudiera saberse con anterioridad a las concentraciones del día de la mujer del 8 de marzo que ocurriría una catástrofe como la que ha ocurrido en nuestro país.

Mi idea con este artículo no es dar la razón ni a tirios ni a troyanos, sino explicaros, de la forma más sencilla que pueda en que consiste eso del sesgo retrospectivo.

Empezaré por contaros qué entendemos por sesgo, en el contexto de la psicología cognitiva.

Si cogemos el DRAE, la acepción que más podría aproximarse al concepto sería esta:

“Error sistemático en el que se puede incurrir cuando al hacer muestreos o ensayos se seleccionan o favorecen unas respuestas frente a otras”.

Efectivamente, un sesgo es un error sistemático que cometemos por nuestra forma de pensar, que está a la vez influida por nuestras creencias, vivencias, edad, entorno social, situación económica,…

Digamos que nuestros sesgos nos hacen interpretar la realidad de una forma distorsionada, normalmente en nuestro beneficio, aunque no tiene por qué ser así.

El mecanismo, en realidad, es utilitario; no podemos conocer ni abarcar toda la realidad, ni conocer y saber analizar todos los datos a la hora de tomar una decisión, así que nuestro cerebro trata de encontrar una solución, una respuesta, con los datos que tiene, con los que conoce o cree conocer. Es un mecanismo útil, necesario, adaptativo.

Hay muchos sesgos que podemos ir viendo aquí, pero vamos al sesgo retrospectivo o prejuicio de retrospectiva.

Usando el ejemplo de la pandemia, el sesgo retrospectivo habría actuado de la siguiente forma: una vez que el número de contagios fue significativo, aparecieron voces que culpaban al Gobierno de haber generado una situación catastrófica, ya que podría haberse evitado, pues se sabía, desde mucho antes de que las cifras de contagiados y fallecidos fueran alarmantes, que ocurriría lo que al final ocurrió.

El sesgo retrospectivo consistiría, siguiendo con el ejemplo, en analizar la situación anterior a la explosión de casos en base a datos que se conocieron posteriormente. Estaría actuando, según algunos, en quienes dijeron que había que haberlo previsto, contra el Gobierno, que al sostener que lo que ocurrió no podía preverse estaría actuando libre de sesgos.

El sesgo retrospectivo es el “lo sabía” cuando vemos que nuestro hijo se cae de la bicicleta en el parque.

Pero no siempre que se habló de “sesgo retrospectivo” la pasada primavera se hizo con propiedad. Para que podamos hablar de prejuicio o sesgo retrospectivo o de retrospectiva tiene que ocurrir que nuestra interpretación sea posterior a los hechos, y no siempre fue así.

Invocar una advertencia hecha por el famoso Dr. Pedro Cavada en televisión a finales de enero o recordar que la Organización Mundial de la Salud había declarado una emergencia internacional a la vista de la evolución de la epidemia provocada por el virus SARS-Cov-2, también a finales de enero, no constituyen, en sí mismas, una evidencia de que esté actuando el sesgo retrospectivo, y mucho menos si esa información se ha transmitido con anterioridad a la catástrofe que ocurrió después en nuestro país.

Sesgo retrospectivo sería dar más importancia a esas advertencias que a las de otros científicos u organizaciones, que sostenían que no iba a ocurrir nada de lo que después ocurrió. Pero lo contrario, es decir, invocar solo las noticias que, entonces, restaban importancia a las noticias que venían de China y de Italia, también sería un sesgo, y también estaría actuando de forma retrospectiva. Es decir: sostener que no se podía saber que la crisis sería importante invocando informaciones que entonces sostenían que no pasaría nada, supone un razonamiento igual de sesgado.

Muy probablemente los sesgos operan en la mayoría de nosotros, científicos y legos. Evidentemente, las personas formadas en un campo concreto de conocimiento están menos sujetas a ese tipo de prejuicios cuando tratan cuestiones que conocen, pero solo porque tienen más información, no porque estén libres de ellos.

Para mi, que tengo ya una edad, un monumental y escandaloso ejemplo de sesgo cognitivo -que, para variar, será políticamente incorrecto- es la cuestión del tabaco. Me crié en una sociedad donde casi todo el mundo fumaba, que después sabía perfectamente que el tabaco no podía ser bueno.

El ejemplo que se utiliza tradicionalmente -más adaptado a los valores de la ideología dominante- es el de la crisis económica de 2009, cuando muchos economistas, explicaron, a posteriori, que estaba claro que ocurriría cuando casi ninguno lo predijo.

En resumen: los sesgos son útiles e inevitables, yo también tengo los míos. Y vosotros, no vayáis a creer.

Ah, y otra cosa: normalmente pensamos que los sesgos los cometen los demás, nunca nosotros; salvo que esos otros piensen como nosotros, claro. En ese caso, no consideramos que sus opiniones estén sesgadas.

Así somos, y así tenemos que aceptarnos. Lo cual no quiere decir que no debamos tratar de informarnos antes de emitir un juicio o adoptar una decisión. Pero ese es otro asunto.

Categorías: CAJÓN DE SASTRE

0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.