Juan Ignacio Gutiérrez

Hay un concepto con el que desgraciadamente nos hemos ido familiarizando en estos años de guerras televisadas: el “fuego amigo”. Se utiliza esta expresión para referirse a los daños causados por un ejército a sí mismo.

Pero no solo en el contexto bélico clásico podemos encontrar el fenómeno, también en el familiar -como en cualquier otro en el que pueda surgir un conflicto- podemos tener un desagradable e inesperado encuentro con el “fuego amigo”.

Llegado el caso, cuando surge un problema serio, que percibimos como irresoluble en nuestra relación de pareja, cuando entendemos que continuar con la convivencia no va a ser posible, cuando ambas partes aceptan darla por terminada, tendremos que comenzar a resolver otras cuestiones.

Si hemos tenido hijos, sea cual sea la decisión que tomemos respecto a nuestra relación de pareja, una cosa está clara: papá seguirá siendo papá y mamá seguirá siendo mamá, más allá de como la nueva situación afecte a nuestro día a día. Y esto no debemos olvidarlo: la decisión de terminar nuestra relación de pareja no lleva asociada la renuncia a la paternidad. Eso no es posible, y tenemos que estar especialmente vigilantes con los riesgos de eso que hemos llamado más arriba “fuego amigo”: papá y mamá tienen que evitar por todos los medios que los pequeños sufran con la nueva situación; tienen que, digámoslo, minimizar los daños que su decisión les pueda causar a los pequeños.

La decisión de separarse o divorciarse va a ser el comienzo de un difícil y tortuoso camino que en la mayoría de los casos desembocará en el fin de la pareja, pero, ¿cómo afectará todo ese lío a nuestros hijos?

Son muchas las cuestiones que habrá que aclarar, y una de ellas es, sin duda, cómo vamos a poner en práctica nuestra ruptura. Vamos a tener que llegar a multitud de acuerdos, tendremos que ceder, que pedir, que negociar,… y la mayoría de nuestras decisiones van a afectar de una u otra manera a todo nuestro entorno. Sobre todo a los pequeños, no perdamos de vista que ellos no tienen control sobre la situación, pero les afecta directamente.

Podemos optar por la vía judicial o la extrajudicial para disolver la sociedad que hasta ahora manteníamos con nuestra pareja. Esta vía extrajudicial la constituye, típicamente, la mediación familiar.

La principal ventaja de la mediación es que nos va a permitir alcanzar nuestros propios acuerdos con la ayuda de profesionales especializados, neutrales e independientes.

La participación en el proceso de mediación es voluntaria y comienza con una sesión en la que seremos informados de las características fundamentales del procedimiento, su duración y el precio de las sesiones. Esta primera sesión es generalmente gratuita y en ella se tomarán decisiones como la de participar o no en el procedimiento de mediación, la designación de los mediadores que os ayudarán, el número de sesiones o la lengua en que se desarrollarán.

Sin entrar en el debate sobre los costes, y aunque es generalmente aceptado que la mediación familiar va a resultar más económica que la vía judicial, los costes emocionales van a ser infinitamente menores, ya que desde el primer momento se  trabaja con el objetivo común de alcanzar acuerdos beneficiosos para todos, sin perder nunca de vista el interés general de los menores implicados.

El objetivo es conseguir crear, entre todos, un clima de diálogo, negociación y colaboración que nos permita transformar esta etapa difícil en nuestra relación de pareja, en una oportunidad para seguir ejerciendo nuestra paternidad de forma responsable.

Sea cual sea la vía por la que hayamos optado para poner fin a nuestra relación de pareja,  hay algunas claves que nos ayudarán a que los pequeños asimilen mejor nuestra decisión:

  • Es mejor hacerles partícipes lo antes posible de nuestra decisión, evitando así que especulen o se vean envueltos en un ambiente enrarecido que no sepan interpretar.
  • Deberemos dejarles claro desde el primer momento que, aunque papa y mama dejarán de vivir juntos, seguirán siendo sus padres. Los pequeños no tienen por qué saber separar ambos roles y tenemos que hacer especial hincapié en esta circunstancia.
  • Dependiendo de la edad puede ocurrir que los pequeños se culpabilicen, o piensen que tienen que hacer algo para ayudarnos. Sería conveniente asumir expresamente la responsabilidad sobre nuestra ruptura.
  • En general, no será necesario entrar en detalles sobre los motivos que nos han llevado a tomar nuestra decisión, y, por supuesto no es conveniente mentirles.
  • Deberemos darles el tiempo que necesiten para que asimilen la noticia y los cambios que va a traer consigo nuestra decisión.

Evitando crear frentes, no seremos víctimas del fuego amigo, ni del enemigo.


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