Hubo un tiempo en el que presentaba una canción en los conciertos diciendo que la había escrito en el aeropuerto de Los Ángeles.

Sí no recuerdo mal, aquella presentación era muy escueta porque alguien me había dicho que no hablara tanto entre las canciones que resultaba muy pesado. Decía más o menos así: “Escribí esta canción en el aeropuerto de Los Ángeles: En Breve”. Y justo ahí empezaban a sonar la guitarra de Jesús y la mía.

A mi me hubiera gustado contar su historia al presentar la canción, pero siempre me quedaba en ese escueto “escribí esta canción en el aeropuerto de Los Ángeles”.

Creo que nunca habría conseguido dedicarme a la música y también que nunca he llegado a planteármelo seriamente, pero sí hubo una época de mi vida en la que di algunos conciertos. Solo, con mi buen amigo e inseparable compañero de entonces Jesús Maestre, con la hija de otro buen amigo de la infancia -Patricia Serrano- con Raquel, con el piano de Jesús Panea, con el clarinete de aquel entrañable maestro de música,…

A veces eran conciertos que alguna amiga me había conseguido en un ayuntamiento y otras en aquellos célebres encuentros de cantautores.

En uno de esos encuentro, uno de los participantes, con el que había coincidido en algún otro, presentó así una de sus canciones: “Esta canción no la escribí en el aeropuerto de Los Angeles”.

Creo que nunca he sido rencoroso ni nada parecido y que siempre me han movido los buenos sentimientos, pero aquel día le cogí un poco de manía a ese chico y puede que fuera por eso.

Siempre me ha gustado contar historias, sobre todo de forma espontánea. Cuando canto en público suelo olvidarme de que muy probablemente aquello se va a grabar y también me salen de forma espontánea. Aquí me cuesta un poco más porque, al ser por escrito quedar registrado, hay que tomar algunas precauciones (la ortografía, la sintaxis, la coherencia, el orden…) y todo eso hace que se pierda un poco de espontaneidad, pero os aseguro que no toda.

La historia que debería haber contado era la de la canción, pero me deje llevar por aquel consejo, que ni siquiera recuerdo quién me dio.

Así que os la voy a contar ahora.

Hace muchos, muchos años, me llamo un amigo de la tuna del colegio para decirme que me iban a llamar para proponerme hacer un viaje de todo un curso por los Estados Unidos con una tuna.

Yo atravesaba entonces por una de esas etapas de la vida en las que no sabes qué vas a hacer con ella y, aunque en principio no daba demasiado crédito a la propuesta, empecé a soñar con que fuera cierto: aquella aventura me permitiría huir de mi situación personal, dar una patada hacia adelante.

Mi padre se había arruinado y empezaba a haber serios problemas económicos en casa. Yo, que había empezado a estudiar ingeniería industrial después de terminar COU, había fracasado en el intento e iba a trompicones por la escuela de peritos, plenamente consciente de que aquello tampoco era lo mio.

No pasó mucho tiempo hasta que me llamó un tal Felipe, que era quien me iba a proponer el viaje. Me explicó en qué consistía la aventura y me invitó a ir a Cadiz para que nos conociéramos personalmente y asegurarnos de que todos queríamos pasar juntos el año siguiente en aquellas tierras tan lejanas entonces.

Yo no tenía demasiado claro que aquella historia fuera a resultar cierto, porque era todo demasiado inverosímil, demasiado fantástico, demasiado bonito para ser verdad, pero me animé a ir a Cádiz. No tenía nada que perder. Invité a venir conmigo a un amigo y nos fuimos el siguiente fin de semana.

La historia resultó ser cierta, yo encajaba buen con el perfil que buscaban y nos caimos bien, así que a principios del mes de octubre de aquel año de 1986, me fue con aquellos tunos de Cádiz a hacer las américas.

Pero había una cosa en mi vida de la que quería huir: mi novia de entonces.

Hablábamos por teléfono todos los días. Yo a las 6 y ella a las 12 mientras estábamos en la costa este, yo a las 7 y ella a las 12 mientras estábamos en el medio oeste, yo a las 9 y ella a las 12 cuando llegamos a la costa oeste.

Estando en los Ángeles, nos propusieron alargar el viaje, pero la mitad no estábamos dispuestos a seguir avanzando hacia donde se pone el sol.

Yo quería volver a ver ya a mi novia, emprender una nueva vida con ella, contarle todas las cosas que había conocido, decirle que aquel viaje me había convertido en una persona nueva dispuesta a empezar de nuevo, con lo que fuera o con las manos vacías,… En Breve.

Ahora que lo pienso, aquel que me dieron de no alargar las presentaciones fue un sabio consejo, porque contar esta historia en aquel encuentro de cantautores habría sido peor.