Casi desde que mi tío Ignacio me regaló mi primera guitarra y el hermano de mi querido y añorado amigo Quini me enseñó los primeros acordes, he escrito canciones. Mi primera canción de adolescencia temprana, hablaba de una rosa y un clavel que se enamoraban y supongo que la escribí porque había leído el Principito de Saint-Exupéry por aquel entonces.

La segunda tuvo un éxito rotundo en el instituto: “El cielo azul” y llegó a ser incluida por su director en el montaje que hicimos de “La zapatera prodigiosa” de Lorca.

Después he seguido escribiendo canciones; sin mucho orden ni dedicación, lo confieso. Mi caótica producción, almacenada en viejas cintas de casete, se sustenta en algún que otro arreón en mis crisis personales, y poco más.

Pero entiendo que cada uno es como es y da para lo que da. Os iré poniendo por aquí las que pueda ir grabando en casa, que ahora los ordenadores permiten hacer muchas cosas que antes eran más complicadas.